jueves, 5 de noviembre de 2009

La Crónica,Una Escritura a la Intemperie

La crónica, en femenino, relación ordenada de los hechos; y en masculino, lo crónico, como enfermedad larga y habitual, se instaura hoy como forma de relato, para contar aquello que no se deja encerrar en los marcos asépticos de un género. ¿Será más bien que el acontecimiento instaura sus propias reglas, sus propias formas de dejarse contar? La crónica, de alma antigua, irrumpe en el concierto armónico de los relatos gobernables y asimilables a unos límites precisos. Su ritmo sincopado transgrede la métrica de una linealidad desimplicada:la crónica está ahí, rasgando el velo de lo real lejano.

Si el melodrama se instaura como forma de relato en el momento de crisis del proceso modernizador, la crónica lo hace en el momento en que se incrementan las señales del fracaso de ese proceso modernizador. Un malestar difuso se expande por territorios diversos, en ellos aparece la crónica como un texto fronterizo que cabalga entre el periodismo, el análisis social y la literatura.

Género-síntesis para contar un mundo en el que se transforman aceleradamente las nociones de frontera y de límite. Si el aceleramiento espaciotemporal es una de las constantes de la época, no resulta extraño que sea la crónica la que adquiera un estatuto privilegiado en las formas de relato, en tanto ésta es deudora de la vieja crónica de viajes. Los viajeros representan en sus crónicas las imágenes de un mundo nuevo en expansión, sus relatos proporciona ron mapas de tierras lejanas y exóticas y en su divulgación contribuyeron a construir el imaginario del otro.

El viaje, dice Albert Chillón (1999) “se convirtió en una fuente primordial de conocimiento para el entonces pujante cientificismo”. Hoy, cuando lo otro, lo diferente no está más en una isla lejana, sino en el centro mismo de la cultura “propia”, la “crónica de viajes” alude metafóricamente a un movimiento interno, a un desplazamiento por entre los intersticios que separan y unen a los diferentes en una cultura globalizada. El viajero se mueve en mundos que pueden estar en un mismo plano espacial pero cuya temporalidad diferenciada los vuelve extraños entre sí.

La crónica urbana, por ejemplo, narra las múltiples ciudades que existen en una ciudad, conversa con los personajes que van al encuentro de la cotidianidad desde temporalidades y creencias distintas. La crónica urbana se filtra en la página periodística para contar la diferencia, para abrir otras posibilidades de comunicación entre dialectos y rituales que configuran el tejido múltiple de lo social. La historia cotidiana se cuenta en los muros de la ciudad, en los grafittis que narran desde sus propios códigos la crónica del acontecimiento. Cronistas sin papel los grafiteros consignan en las paredes la desazón, la incertidumbre, la pregunta terrible por el sentido de la historia. En los muros queda tatuada la crónica efímera del desencuentro, el relato caótico de un mundo al que ya no le alcanza el melodrama para contar el tamaño de la exclusión y la desigualdad.

En otros territorios, el rock hace la crónica de un presente sin futuro. Tanto el rapero del barrio como ese híbrido transfronterizo que es Manu Chao que se declara “periodista musical” (Curiel, 1999), narran esas “pequeñas historias” de todo aquello que los relatos consagrados no consideran digno de contar, por ejemplo cuando un pequeño de trece años rapea en Caracas;

Te lo juro pana
Que la leche está más cara
Que la marihuana
Que la cocaína, que la medicina,
Que la Coca Cola, que la Pepsi
Cola...

Hay realidades que no se dejan contar más que a través de ese lenguaje cotidiano en el que se ha convertido la crónica, al oponerle al discurso oficial unos relatos polifónicos. A decir de Pratt (1997), “la voz y la autoridad del sujeto metropolitano se atenúan pero no hasta el punto de la disolución, sino hasta el de la desilusión”. El discurso monolítico y omnicomprensivo de la modernidad no es más eficaz para mantener codificadas y en situación de legitimidad excluyente las representaciones, aspiraciones y prácticas sociales. Las crónicas que transitan por diversos territorios han puesto en apuros a las visiones dominantes.


Rossana Reguillo

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