martes, 3 de noviembre de 2009

Un Latido Breve de Luna

Usualmente se escucha decir, o gemir, “perdí el amor de mi vida” cuando en realidad, tal como lo dijo un hombre sabio “si fuera el amor de tu vida, no lo hubieras perdido”. Cuánta razón y sabiduría encierran esas palabras, aunque en momentos de perdida, sean estas cuales fueran, suenen como la melodía más hermosa ejecutada para un auditorio de sordos.



En ciertos momentos, se nublan los sentidos, el razonamiento, la lógica y comienza a primar eso que ninguna de estas cosas logran explicar en mares de tinta, y solo se da paso a un dolor profundo, indescriptible, inconmensurable. Luego, dicen, desde el dolor sobreviene el duelo, tras el cual se supone que deberemos parirnos, reinventarnos, como un ave Fénix. El duelo es una respuesta normal y saludable ante una pérdida. Una de las pérdidas más grandes que puede ocurrir es la muerte de alguien que uno ama, incluso aunque este ser aún no haya nacido. Otras pérdidas incluyen la pérdida de la salud, suya o de alguien que uno quiere, o el fin de una relación importante, tal como puede ser un matrimonio.



Recuperarse de una pérdida involucra aceptarla y con esa aceptación el significado de esta pérdida en nuestra vida. Seguramente, a medida que los días vayan pasando, la realidad comenzara a verse poco a poco, nos daremos cuenta de que la pérdida en realidad si ocurrió, que no fue un sueño y que de esa pesadilla no se despierta. Es normal sentirse abandonado, frustrado y con rabia, dirigiendo esa ira hacia Dios, la religión, los médicos y las enfermeras, la persona que ha muerto u otros seres queridos o incluso hacia sí mismo.



Después de atravesar la rabia y la negación es normal pretender que las cosas son como solían ser. Si alguien que amaba muere es probable que se piense y repiense en los recuerdos que guarda en su mente. Es probable también que sienta la presencia de su ser querido, piense que lo ve a él o a ella, o piense que escucha su voz. Cuando uno comienza a darse cuenta del impacto total de la pérdida en su vida, puede sentirse deprimido y sin esperanzas. También puede sentirse culpable, puede comenzar a pensar cosas tales como "Si tan solo…" o "¿Por qué a mí?" o puede llorar sin causa alguna. Esta es la parte más dolorosa de la recuperación, pero lo bueno es que no dura para siempre. En un duelo normal, la depresión comienza a mejorar con el tiempo.



Todo muy técnico, prolijamente explicado, con palabras comprensibles. Pero en ese momento, las palabras se vacían de contenido, da igual si salieron de la pluma de Neruda o de la boca de Jacobo Winograd, y uno busca sin éxito el interruptor que apague el alma, el corazón, la cabeza, que acelere los días eternos y que la soledad vuelva a ser la mejor compañía.

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