martes, 3 de noviembre de 2009

Mascarada

En esta época donde las encuestas y los foros debaten hasta el detalle más insignificante, como por ejemplo, si Cumbio usa boxer escoceses o bombachas cola-less, se me ocurrió plantearme cuestiones mas profundas (para variar vio) apoyado por algunos sucesos bizarros con los que me indigeste hace unos días atrás. La consigna seria la siguiente; ¿Conoce usted alguna persona, hombre, mujer o alienígena que pueda respaldar en su vida privada, en su intimidad el discurso que mantiene públicamente? Y ojo que esto lo podríamos aplicar tanto en personajes públicos como anónimos, para abrir un poco más el espectro y tener alguna posibilidad de triunfo en nuestra afanosa búsqueda.



Debo reconocer que me sentí en desventaja ante mi necesidad de respuestas, y solo atine a referenciar como un reflejo condicionado ciertos personajes históricos que signaron mi vida, pero de la vida real contemporánea, nada. Hace unos meses surgió ocasionalmente en una reunión el tema de las mascaras, esas que se utilizan a diario para poder interactuar con el resto de la humanidad sin morir en el intento, y me llamo la atención que todos reconocieron utilizarlas casi hasta para dormir, algo que Freud sabría de antemano, pero de lo que yo no estaba del todo seguro. Las razones seguramente son muchas, atendibles, entendibles y muy variadas, me imagino que el miedo será un factor determinante, al rechazo, a pasar vergüenza, etc. Y esa maldita ansia de aceptación que percudió hasta a la iniciativa mas noble, parece que si algo no es aceptado masivamente se toma como un fracaso, todo tiene que “vender”, todo tiene que tener “rating” si no es una mierda y el autor de esa mierda un desclasado. Mascaras que ocultan la putrefacción de sus rostros, auto bombo en mi bemol full time al son de ¡yo, yo, yo, yo! y una mirada perdida, tratando de divisar un futuro glorioso, edificado sobre cimientos mentirosos.



Recuerdo haber leído que en el auto alegórico de Calderón de la Barca, “El Gran Teatro del Mundo”, Dios reparte a todos los humanos los papeles de la comedia y sus respectivos trajes con estos versos:



¡Venid, mortales, venid,

a adornaros cada uno,

para que representéis

en el teatro del mundo!





¿Alguien puede dudar que este mundo en el que vivimos es un gran teatro? ¿Que cada uno de nosotros, y cuantos nos han precedido y nos sucederán, vive en un escenario en el que ha de “representar” a un personaje si quiere sobrevivir? ¿Qué me visto y actúo con las “galas” que la sociedad me proporciona? Pero ese personaje que me veo obligado a representar no soy yo. Mi identidad es la que se oculta tras la máscara que he de llevar mientras permanezca ante el público.



En eso consiste precisamente la esencia de la hipocresía. Palabra derivada directamente del griego hypokrisía, que se refiere a la “representación de un papel en el teatro”, y que exige en el actor un fingimiento, una simulación, en definitiva, una doblez, una falsedad con la que hemos de presentarnos ante los demás, si no queremos ir desnudos por la vida. Fingimiento que desaparece solamente en la intimidad, cuando nadie nos observa, cuando estamos “fuera” del escenario, cuando hacemos con sinceridad un “examen de conciencia”, según la terminología católica. Porque, como en todos los demás casos de términos contradictorios, no pueden darse a la vez dos sentimientos antagónicos. Cuando estoy triste no puedo estar alegre, cuando odio me resulta imposible amar, y cuando me “sincero” conmigo mismo o con alguna otra persona, he de quitarme la máscara de la hipocresía.



Máscara que no implica ningún tipo de vicio, como insinúan los libros sagrados, sino que forma parte indisoluble de la condición humana. ¿Cuánto duraría una sociedad en la que todos fueran sinceros en todo momento y lugar? No sólo los políticos, también los científicos, los religiosos, los padres, los hijos, los amigos, los enamorados…(El amor es ciego, porque no “quiere ver” los defectos del amado). La vida social sería imposible sin el fingimiento, sin el disimulo, incluso sin la mentira, tal como nos dejó escrito Kant, el gran filósofo alemán: “Un mundo sin mentiras no podría estar habitado por seres humanos”. Sobre todo, añade el español Martínez Selva, “porque no estamos preparados para que nos digan la verdad sobre nosotros mismos”.



La pregunta seria, después de estos conceptos del amigo Vandalio, si es estrictamente necesario seguir mintiéndonos. Si analizamos y ponemos en una balanza la historia humana, creo que construir nuestra civilización basados en la mentira como religión fue nuestro peor error. Evolucionamos desde una falsedad, nos revolcamos en el fango de la hipocresía por centurias y nos negamos sistemáticamente a ver los pésimos resultados que obtuvimos. Concluyendo y haciendo un mea culpa, debo reconocer que he equivocado el camino de mi vida tratando de ser claro, sincero y transparente a pesar de mi carácter reservado. Si estoy de mal humor pues ¡lo estoy! si alguien no me cae pues ¡no me cae! digo lo que siento y soy frontal, odio la hipocresía, la mentira y el doble discurso, algo que me excluye irremediablemente del sistema.



Pensándolo bien ¿No será ese el papel que me toca interpretar en este gran teatro de la vida? Ensayando una breve autocrítica, creo que lo mas coherente seria comenzar a utilizar una mascara que sea un poco mas aceptada y valorada en este “ambiente artístico”, aunque reconozco que jamás fui un gran actor…

No hay comentarios: