martes, 3 de noviembre de 2009

Desencontrandonos

El alcohol, la panacea del siglo XXI, la medicina “para todos los males de este mundo”, el néctar y ambrosía enviado por los Dioses del Olimpo para deleite de los mortales, la anestesia perfecta para realizar cirugía mayor de talentos y sentimientos. El alcohol se ha convertido en el punto fundamental de encuentro de los jóvenes, como único fundamento, como una diabólica Alma Máter de sueños breves, tan breves, efímeros e intrascendentes como una noche en sus brazos.



La idea central es no tener ideas, no pensar, desinhibirse, desenfrenarse, camuflarse, confundirse, ser aceptados, integrados y desintegrados en un mar de gente que se ríe de nada, y de todo. El valor de una buena conversación, del proceso creativo, de los ideales, las fantasías, el arte y todo lo que tenga que ver con las cosas nobles del ser humano sucumbieron inevitablemente ante las bondades instantáneas que ofrece una “Budweiser” bien helada al módico precio de $3,80. Esa que endulza con su amargura todas las dificultades cotidianas, las frustraciones, los desamores, la falta de expectativas y contención globalizada.



Estirar la noche hasta las primeras horas del siguiente día es la consigna, vomitar hasta las tripas, revolcarse, pelearse, tener sexo, mearse, dormirse y olvidarse, y esperar la próxima noche eterna. Todo en un combo idiotizante promocionado por los medios de comunicación, los mismos medios que después se rasgan las vestiduras ante las noticias de borrachos que se matan y matan al volante, borrachos que matan y se matan a piñas a la salida de un boliche, borrachos que matan a trompadas a sus parejas o a sus hijos, borrachos sociales, borrachos insociables e insaciables que matan y se matan, haciendo girar la rueda de un negocio formidable para mucha gente, a costa de la vida de otros tantos. Pero, lo importante es “pertenecer”, ser aceptados, y aceptarnos, al menos por una noche…

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